Primera experiencia en una feria medieval
Hacía casi 30 grados y
la botella de agua congelada que tenía en la mochila transpiraba sin parar. El
motor del 24 rugía rumbo al Sur hacia la Municipalidad de Avellaneda. Hacía más
de 5 horas que mis compañeros habían ido ahí para montar la carpa y el stand de
Peregrinus Albus en lo que sería la primera feria medieval a la cual iba a
asistir no solo como público sino también como miembro participante de uno de
los stands.
Me bajé y comencé a
caminar varias cuadras por un boulevard muy amplio. De un lado estaba el
inmenso Parque La Estación rebosante de gente, pero ni señas de algo similar a
una feria medieval. Me imaginaba un conjunto de carpas coloridas, gente vestida
de época y largos banderines ondeando al viento, pero al no lograr divisar nada
de esto, estaba por sacar mi celular por enésima vez cuando casi por casualidad
logré distinguir a la distancia, clavado en el suelo, el estandarte rojo sangre
con la silueta del oso rampante negro. Había llegado al lugar correcto.
Se trataba de un
galpón alargado lleno de puestos de artesanos, armeros, esgrimistas,
instrumentos musicales, gastronomía y, obviamente, cervecería artesanal. Todo
esto generaba una atmósfera que lograba, con bastante efectividad, transportar
al público a una especie de mercado medieval del siglo XI, dentro del cual nuestro
puesto sobresalía en una privilegiada ubicación al lado de la entrada. Esto no
era casualidad: mis compañeros habían ido a las 8 de la mañana para comenzar el
extenuante armado. Me encontré con ellos, ataviados tan realísticamente para la
época que quedé sorprendido; estaban agitados ya que acababan de terminar una
de las tantas demostraciones con armas de metal que brindó nuestro stand. Para
ponerme en ambiente, bajé la tela que cubría la carpa a fin de ponerme la
túnica y mi cinta color acero y leonado.
Como si se tratara de
una máquina del tiempo y el espacio, había entrado a esa carpa como un porteño
de clase media del siglo XXI para salir ahora transformado en un Coeptus (o Iniciado) de las artes de las
armas bajo el Gral. de Campo Sir Martin “el Oso” Farhill allá por algún
castillo europeo. Para aclimatarme un poco al campamento en esta nueva época,
el Oso me hizo una breve introducción de cómo funcionaba todo. Estaba el rincón
de fotos en donde la gente podía vestirse de época, tomar armas y posar junto
al rey Don Alberto con su corona y su genial atavio. El coro de peregrinos con
sus instrumentos y vestuario pintorescos se esforzaban “a capella” para
sobresalir entre el ruido, la música de fondo y los anuncios de voz
amplificados con parlantes. La ronda de danzas giraba y con sus saltitos
completaban la coreografía. Le daban una banda de sonido muy apropiada a todo
lo que se estaba viviendo. Para terminar, siguió una peregrinación en fila que
abarcó todo el parque.
Nuestras exhibiciones
de combate merecen un párrafo aparte. Eran, desde mi punto de vista, lo más
llamativo y espectacular de la feria, y las hubo para todos los paladares:
madera y metal, espada contra escudo, cuchillo contra broquel y martillo contra
hacha; guerrero contra rey y doncella contra soldado o contra cantinero; de pie
y a revolcones por el piso. Cuando me llegó el turno de demostrar un combate
con espadas, pasé al frente algo nervioso. Era todo muy nuevo: la gente
mirando, el no haber precalentado como siempre, el formato del combate (libre,
en lugar del combate a tres toques tradicional que había ocupado gran parte de
las horas de entrenamiento durante unos escasos 4 meses) y más que nada el
espacio reducido. También en mi mente tenía presente algo no menor: las
evaluaciones de fin de año se acercaban, las cuales me promoverían, o no, al
rango de Discipulus (Aprendiz). Para
lograr esta promoción es clave controlar el espacio y la seguridad de los que
nos rodean, y teniendo en cuenta la gran cantidad de gente amontonada y niños
sentados en las primeras filas apenas por detrás de la soga que delineaba
nuestro perímetro, sabía que esto iba a ser un examen en muchos sentidos.
Tras el primer choque
de espadas comenzó el combate. Con la adrenalina del momento me pude
desenvolver bien y hacer una buena demostración. El combate fue corto pero
intenso e incluyó también técnicas de derribo que pude ejecutar exitosamente.
Finalmente fui relevado por otro compañero. Me dio la sensación de no haber
respetado a rajatabla las técnicas estudiadas e incluso de estar realizando
movimientos que seguramente hubieran sido corregidos durante el entrenamiento
normal, y si bien ignoraba si mi esgrima había sido técnicamente correcta y si
había contribuido o no a mi promoción de rango, al final terminé con una
sonrisa mi primera demostración de combate libre en público, al igual que mi
primera experiencia en una Feria Medieval.
Empezaba a caer a la
noche y el evento iba llegando a su fin, pero no para nosotros, ya que todo lo
que se arma debe ser desarmado y todo lo que se exhibe debe ser guardado. Tras
casi una hora de llevar postes de carpa, lonas y artículos recreacionistas
hasta la camioneta del Oso, me quedó clarísimo todo el esfuerzo (y eso que
estuve 5 horas menos que el resto de mis compañeros) que implican estos eventos,
los cuales, más allá de la caótica vivencia del momento, ya aprendí a disfrutar
mucho y espero que se repitan pronto.
PD: Al poco tiempo de
escribir esta reseña, pude comprobar que mi esfuerzo en estos meses valió la
pena ya que recibí con gran gusto mi promoción al segundo nivel, junto con mi
cinta acero y oro.
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