Primera experiencia en una feria medieval


El siguiente texto fue escrito por el miembro de la Sala de Armas Robert Nine a modo de reseña de su participación en el Mercado Medieval y Fantástico Einherjer

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Hacía casi 30 grados y la botella de agua congelada que tenía en la mochila transpiraba sin parar. El motor del 24 rugía rumbo al Sur hacia la Municipalidad de Avellaneda. Hacía más de 5 horas que mis compañeros habían ido ahí para montar la carpa y el stand de Peregrinus Albus en lo que sería la primera feria medieval a la cual iba a asistir no solo como público sino también como miembro participante de uno de los stands. 

Me bajé y comencé a caminar varias cuadras por un boulevard muy amplio. De un lado estaba el inmenso Parque La Estación rebosante de gente, pero ni señas de algo similar a una feria medieval. Me imaginaba un conjunto de carpas coloridas, gente vestida de época y largos banderines ondeando al viento, pero al no lograr divisar nada de esto, estaba por sacar mi celular por enésima vez cuando casi por casualidad logré distinguir a la distancia, clavado en el suelo, el estandarte rojo sangre con la silueta del oso rampante negro. Había llegado al lugar correcto.


Se trataba de un galpón alargado lleno de puestos de artesanos, armeros, esgrimistas, instrumentos musicales, gastronomía y, obviamente, cervecería artesanal. Todo esto generaba una atmósfera que lograba, con bastante efectividad, transportar al público a una especie de mercado medieval del siglo XI, dentro del cual nuestro puesto sobresalía en una privilegiada ubicación al lado de la entrada. Esto no era casualidad: mis compañeros habían ido a las 8 de la mañana para comenzar el extenuante armado. Me encontré con ellos, ataviados tan realísticamente para la época que quedé sorprendido; estaban agitados ya que acababan de terminar una de las tantas demostraciones con armas de metal que brindó nuestro stand. Para ponerme en ambiente, bajé la tela que cubría la carpa a fin de ponerme la túnica y mi cinta color acero y leonado.



Como si se tratara de una máquina del tiempo y el espacio, había entrado a esa carpa como un porteño de clase media del siglo XXI para salir ahora transformado en un Coeptus (o Iniciado) de las artes de las armas bajo el Gral. de Campo Sir Martin “el Oso” Farhill allá por algún castillo europeo. Para aclimatarme un poco al campamento en esta nueva época, el Oso me hizo una breve introducción de cómo funcionaba todo. Estaba el rincón de fotos en donde la gente podía vestirse de época, tomar armas y posar junto al rey Don Alberto con su corona y su genial atavio. El coro de peregrinos con sus instrumentos y vestuario pintorescos se esforzaban “a capella” para sobresalir entre el ruido, la música de fondo y los anuncios de voz amplificados con parlantes. La ronda de danzas giraba y con sus saltitos completaban la coreografía. Le daban una banda de sonido muy apropiada a todo lo que se estaba viviendo. Para terminar, siguió una peregrinación en fila que abarcó todo el parque.


Nuestras exhibiciones de combate merecen un párrafo aparte. Eran, desde mi punto de vista, lo más llamativo y espectacular de la feria, y las hubo para todos los paladares: madera y metal, espada contra escudo, cuchillo contra broquel y martillo contra hacha; guerrero contra rey y doncella contra soldado o contra cantinero; de pie y a revolcones por el piso. Cuando me llegó el turno de demostrar un combate con espadas, pasé al frente algo nervioso. Era todo muy nuevo: la gente mirando, el no haber precalentado como siempre, el formato del combate (libre, en lugar del combate a tres toques tradicional que había ocupado gran parte de las horas de entrenamiento durante unos escasos 4 meses) y más que nada el espacio reducido. También en mi mente tenía presente algo no menor: las evaluaciones de fin de año se acercaban, las cuales me promoverían, o no, al rango de Discipulus (Aprendiz). Para lograr esta promoción es clave controlar el espacio y la seguridad de los que nos rodean, y teniendo en cuenta la gran cantidad de gente amontonada y niños sentados en las primeras filas apenas por detrás de la soga que delineaba nuestro perímetro, sabía que esto iba a ser un examen en muchos sentidos.





Tras el primer choque de espadas comenzó el combate. Con la adrenalina del momento me pude desenvolver bien y hacer una buena demostración. El combate fue corto pero intenso e incluyó también técnicas de derribo que pude ejecutar exitosamente. Finalmente fui relevado por otro compañero. Me dio la sensación de no haber respetado a rajatabla las técnicas estudiadas e incluso de estar realizando movimientos que seguramente hubieran sido corregidos durante el entrenamiento normal, y si bien ignoraba si mi esgrima había sido técnicamente correcta y si había contribuido o no a mi promoción de rango, al final terminé con una sonrisa mi primera demostración de combate libre en público, al igual que mi primera experiencia en una Feria Medieval.



Empezaba a caer a la noche y el evento iba llegando a su fin, pero no para nosotros, ya que todo lo que se arma debe ser desarmado y todo lo que se exhibe debe ser guardado. Tras casi una hora de llevar postes de carpa, lonas y artículos recreacionistas hasta la camioneta del Oso, me quedó clarísimo todo el esfuerzo (y eso que estuve 5 horas menos que el resto de mis compañeros) que implican estos eventos, los cuales, más allá de la caótica vivencia del momento, ya aprendí a disfrutar mucho y espero que se repitan pronto.

PD: Al poco tiempo de escribir esta reseña, pude comprobar que mi esfuerzo en estos meses valió la pena ya que recibí con gran gusto mi promoción al segundo nivel, junto con mi cinta acero y oro.



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