La mejor cura

Doña María, Alcaldesa del Campamento Medieval de Peregrinus Albus, nos relata cómo vivió su regreso a los eventos públicos, en la Feria Medieval del Sur IV.

 

Después de más de dos años y medio de no pisar una feria medieval, los nervios nos empezaron a atacar.  Hasta ahora invicta, la nueva peste que dejó todo en pausa durante los últimos años me terminó venciendo sobre la hora.  ¿Podría reponerme a tiempo para el evento, o quedaría varada en el camino?

Laudate Dominum, ensamble que formé en el 2010, ya estaba poniendo en marcha un plan B si yo no podía ir (y hasta un plan C si Daniel también se contagiaba), pero el Coro de Peregrinos, y tal vez el Taller de Danzas, grupos también dirigidos por mí, podían llegar a ver peligrar su participación.  Doña Isabela tomó la posta y lideró el último ensayo del coro.  Aunque me llegaron rumores de que, nerviosa porque durante el año tuvimos que suspender dos encuentros de danzas, y ella se había perdido un tercero, también quiso repasar los pasos a dar en el momento en que sonaran la piva y los branles.


 ¿Cómo podía abandonar a mis compañeras de cantos y bailes justo a último momento?

Tantos ensayos, tantos preparativos, tantos nervios.  No fui la única que flaqueó.  La misma Doña Isabela y su marido, Sir Martin, vieron afectadas sus saludes en los días previos a la jornada que tanto esperábamos.

Sin embargo, estas peregrinas y este peregrino que nos guía a tierras lejanas, se levantaron una vez más para dar batalla.  Más por mis compañeras que por mí, tomé cuanto yuyo tuve a mi alcance para recomponer mi pobre estado.  Debo confesar que llegué con pocas fuerzas al Colegio San José.  Mi plan de ir temprano para ayudar con el armado del Campamento ya no era viable, y debía, como desvalida, esperar que mis compañeras de Laudate pasaran a buscarme, llevando en total casi 30 instrumentos musicales.  Y dos cocos, pieza fundamental para imitar a unos caballos, emulando a los Monty Python.

El día estaba sumamente agradable para ser invierno, lo cual ayudó a templar nuestros ánimos.  Para el mediodía, tanto peregrinos como público fueron llegando de a poco, sumándose a lo que sería una jornada memorable.  Aun cuando esta vez tuvimos que dejar al público fuera del cerco, éramos tantos en el campamento que teníamos que pedirnos permiso constantemente o esquivarnos, sortear obstáculos de muebles, carpas, material bélico e instrumentos.  El espacio que nos habían dado nos quedaba chico, ¡y eso que no habíamos llevado todo lo que hubiéramos querido!

 


La hora de las presentaciones pactadas se fue acercando.  Las voces se fueron calentando, los instrumentos afinando.  Fuimos tomando posiciones, que en una primera formación no fue la mejor en términos acústicos (no podíamos escuchar más que a quienes teníamos a los costados, con suerte).  Alguien se quejó de que no se oía. Levanté los hombros.  ¿Qué podía hacer frente al constante murmullo de la gente que, una vez más, salió emocionada de sus casas en las que había estado encerrada tanto tiempo? No había amplificación en el patio, y difícilmente hubieran contratado una consola con al menos 15 micrófonos.  ¡Sí, 15 personas haciendo música entre Laudate y el Coro, porque se sumó el cada vez menos pequeño Miguel a cantar algunas obras!  Aguzando un poco el oído algo se podía captar.  También dependía de la posición de quien escuchara.  Trampas de la acústica, a veces se oía mejor estando más lejos…
 

Llegaron las danzas y el público las disfrutó más porque, si oían poco o nada, al menos ahora podía ver algo.  ¿Cómo fue que las bailarinas lograron bailar casi sin escuchar las melodías?  Es un misterio que aún no logro develar y por el cual sigo maravillada.  Estaban absolutamente sincronizadas con la música, o con lo poco que se llegaba a entender.

Para el final de este bloque teníamos una sorpresa que no habíamos ensayado.  La canción goliarda “In taberna”, que cuenta que en las tabernas se bebe mucho y se empieza a brindar por todos los grupos de personas que se les ocurran, como excusa para seguir bebiendo, también incluye juegos de dados.  Y con los juegos vienen las apuestas… y los ardides para ganar el dinero, lo cual, con tanto alcohol encima, sólo puede terminar en una buena pelea, todos contra todos.  En el momento en que “el tubo que hace ruido” (traducción literal de Rauschpfeife) sonara, comenzaría la pelea improvisada por los miembros de la Sala de Armas.  Hubo quienes terminaron en el suelo, agarrándose de los pelos, como en toda trifulca poco honorable.  El público festejó con creces esta escena que dio pie a la presentación de esgrima.

Apenas sí pude descansar en ese momento, porque cuando quise darme cuenta ya teníamos que volver a armar todo para la última presentación.  Más cantos (¡cómo le gusta al público sumarse a cantar en latín o en galaico-portugués!) y un último baile, estreno, que más que danza es una actuación, cerraron las intervenciones artísticas del campamento.

No fui yo la que terminó más cansada.  Tanta actividad, en vez de abatirme, me dio más energía y terminé en mejor estado que cuando había llegado. Claramente, la mejor cura era volver a hacer lo que me gusta.

  Resumen de coro y danzas de Peregrinus Albus con Laudate Dominum

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