El escritor del puñal
Eze forma parte de los miembros de la Sala de Armas de tercer nivel, en la clase de Avanzados. Le pedí que escribiera acerca de su experiencia personal en el entrenamiento con cuchillo, ya que lo noté -desde afuera- mucho más seguro en su uso. Así que, con su peculiar sentido del humor, armó este texto. ¡Gracias, genio!
Isabela.-
El escritor del puñal
Mi primer contacto con el
cuchillo fue con la mirada. El Oso
nos dijo que aprovecháramos los descansos para observar a los niveles más
avanzados y así tener una idea de a qué podíamos aspirar. Entre tantos
espirales con los brazos y vertiginosos movimientos, la idea del cuchillo era
bastante clara: Es un palo más corto que el palo más largo... Emmm, bueno... no
tan clara.
Cuando al fin empecé a entrenar
con el cuchillo, los primeros ejercicios aún resultaban algo crípticos: la
finalidad de tirar golpes al aire de larga trayectoria y defenderlos con un
cuchillo parecía ser simplemente generar los *toc* característicos del golpeteo
de madera. Lo que hacíamos en realidad era medir distancias, entrenar e
incorporar la dimensión del tamaño del cuchillo. Éramos bebés tirando objetos y
yéndolos a buscar, para conocer nuestro alcance y ver qué tan lejos es ese
lejos que vemos con los ojos. Buscábamos sentir
el cuchillo, hacerlo parte natural de uno mismo... y quedar totalmente
rebanados en el proceso.
Las técnicas más interesantes se
daban en el combate cuerpo a cuerpo (lógicamente, ya que de arrojadizos aún no
hemos visto nada). Al momento de realizarlas sucedía una de dos cosas: o
terminabas con una puñalada triunfal por la espalda del enemigo luego de
derribarlo, o te perdías en brazos y piernas enmarañados que resultaban en
incómodas y vergonzosas poses. Lo cierto es que, dentro del contacto físico y
control de la técnica, había letalidad e incertidumbre en el resultado del
ataque. Pero miedo nunca. El cuchillo ciertamente compromete hasta el fin,
obliga a tener un desenlace ya sea favorable o doloroso, y requiere ensuciarse
un poco.
Al continuar el entrenamiento
como parte de los niveles avanzados, los espirales se hacen más pequeños, lo
planeado siempre cambia o sale mal, y se evidencian otras cuestiones, ocultas en
un principio, del arma. El puñal cansa, y mucho; quizás más que la espada. Al
descontracturar el combate, al ser más libre y menos lineal que en los niveles
iniciales, el mayor esfuerzo físico no es el movimiento de los brazos sino la
traslación. Debido a la liviandad del cuchillo, los movimientos se aceleran y
los tiempos se acortan. Cubrir mayores distancias velozmente para compensar la
longitud del cuchillo, evadir inminentes ataques en vez de defenderlos,
posicionarse y reposicionarse todo el tiempo para evitar quedar vulnerable y
escapar rápidamente luego de un dulce intento de homicidio aumentan
considerablemente el desplazamiento que uno debe efectuar durante la acción. Todo
esto agota más de lo que uno podía ver con la mirada del principio.
Hoy en día, el momento en el que
utilizo un cuchillo en una demostración es sinónimo de mayor ritmo cardíaco y
sudor. Probablemente el Oso, luego de
un grito sorpresivo indicando que usemos solo el cuchillo, empezaría a dar
zancadas y revolear los brazos por todos lados, y yo tendría que actuar en
consecuencia ágilmente para, ante la amenaza, poder esconderme entre el
público... Con algo de suerte sobreviviré para otro evento, en el que estaré
mejor preparado para arrojar dagas desde un lugar seguro...
Ezequiel Corellano.
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