Un día único gracias a Peregrinus Albus (Marisa García)

El sábado 9 de abril de 2016 será irrepetible en mi vida. Tal vez vuelvan a suceder las mismas cosas alguna vez, pero ya no tendrán el mismo significado.
Nos levantamos temprano en casa. Martín -Sir Martin- fue a la Cueva a encontrarse con Facundo y juntos tomaron todo lo que ya habían preparado el día anterior -telas, maderas, pieles, folletos, armas, vestimenta recreacionista, pufff- para llevarlo a Avenida de Mayo. Allí se encontraron con María Paula, quien había llevado otras tantas cosas desde la Taberna. Cuando estuvo el armazón listo, Martín volvió a buscarnos a Migue -nuestro hijo- y a mí, que ya estábamos preparados para continuar -que no empezar- la aventura.
Mientras los chicos preparaban todo en la calle, Migue y yo estuvimos ensayando el uso de la pandereta y los versos finales de la cuarta tirada del Cantar de Mio Cid. Y es que la siguiente parada a la que me acompañarían consistía en recitar las primeras cuatro tiradas del poema frente a la clase de Literatura Española I de la Universidad de Buenos Aires. Leonardo Funes, a quien considero uno de los mejores docentes que tuve la oportunidad de conocer en mi vida, me invitó a hacerlo para que sus estudiantes tuvieran una visión de aquello que comenzarían a estudiar ese mismo día. ¿Un sueño cumplido? Nooo, nunca me habría animado a soñar tan alto. Conocí el Cantar de Mio Cid en ese mismo espacio, sentada en esos mismos bancos. La Facultad de Filosofía y Letras se encierra para mí en una aureola casi diría de locus amoenus, dentro de la cual las preocupaciones se gozan, porque con las crisis se crea. La cátedra de Funes en particular tiene algo entre mágico y religioso, claro que no tan solo por las temáticas y los textos que abarca su materia. Haber podido ser parte de los paratextos con los cuales el docente asombra y hechiza a su alumnado... ¡es increíble! No me da la vida para agradecer el momento.


 
 
Terminado el recitado, huí -el video que me pasó gentilmente un estudiante no me permite contradecirme: huí raudamente, casi antes de que terminaran de aplaudir- para encontrarme con Martín y Migue -ya calmado del llanto que había comenzado minutos antes- que me esperaban afuera del aula. En el baño de la facultad me cambié el vestuario de juglaresa -o aldeana colorida por ahora, hasta que logre tener el tiempo para trabajar más en él- por el de noble, ya que era el que requería la siguiente parada.
En el viaje comimos los tres las empanadas que Martín había cocinado la noche anterior. Migue fue vencido por el cansancio, y llegó a la Avenida de Mayo en medio de su siesta. Allí estaba a punto de empezar sobre el escenario la celebración escocesa del Tartan Day, a cuyo festejo fuimos por segunda vez cordialmente invitados. Tuvimos la oportunidad de hablar con la gente, muchos se acercaron -jocosa o tímidamente, pero siempre interesados- a sacarse fotos, a preguntar por las armas que los chicos portaban, a conocer un poquito este increíble otro mundo que se encuentra en permanente bullición en Peregrinus Albus. Luego fuimos invitados a subir al escenario, a ser parte del desfile tradicional junto a artistas maravillosos que luego tocarían y danzarían para todos, a recreacionistas y soldados que recordaban diferentes momentos de la historia de Escocia. Subimos al escenario una vez más para que los miembros que portaban las túnicas de Robert de Bruce y Douglas -Miguel-Otto y Gustavo- tuvieran su momento de lucirse y nos introdujeran en el acto fundador de aquel país. A pesar de la constante amenaza de lluvia, la gente continuaba fluyendo, alegre, interesada, entusiasta. El mercado proveía productos que no se encuentran todos los días, por lo que se armaban colas interminables en algunos puestos. Sobre el escenario, las gaitas y los saltos danzarines alegraban a todos los presentes. Formaciones de batalla, armas de fuego disparadas, el espectáculo fue único.
 




 
 
Poco antes de las seis de la tarde, el silencio sobre el escenario, el soplar de un cuerno y la lluvia indicaron que había terminado la jornada. Me refugié con Miguelito bajo un techo, mientras el resto de los peregrinos desarmaba todo lo más rápido posible, bajo el agua. Llevamos todo hacia la Taberna y la Cueva nuevamente... pero... ¿terminó allí tan importante día?
No, claro que no. El festejo debía continuar. Por ello decidimos, con algunos de los presentes, ir ataviados hasta el Barrio Chino y cenar allí, con una cultura diferente -ni española medieval, ni escocesa, ni argentina- nuestro presente y cada momento fundacional de nuestro futuro.
 
 
Gracias, vida, por haberme acercado a Peregrinus Albus.

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