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El pasado lunes 21 de septiembre tuvimos reunión de avance del Círculo Histórico.

La idea era comenzar con un picnic alusivo a la fecha, pero el día no se prestó, así que armamos un picnic pero en la Guarida del Centro.

Allí, entre tecitos, mates, muffins de zanahoria y canela, tarta de coco con membrillo y galletitas, además de engordar nos dimos a las diferentes tareas que podíamos ir adelantando, de tantas que nos surgen cada vez.

Doña María trajo una carpa cosida que estuvo reparando por fuera de las reuniones. Durante la misma se puso a coser botas de cuero. En el medio, sintió que tal vez sus pies hayan crecido un poco... pero con los trucos proporcionados por la nueva Ayudante del Bibliotecario, seguramente podrá lucir sos nuevas botas en algún próximo evento -¿los Highland Games, tal vez?-.

Nuestro instructor y miembro fundador aprovechó la ocasión para conversar diferentes temas referentes al Círculo Histórico y al Consejo de Lanzas -ya que todos los que estábamos presentes éramos consejeros-, mientras perseguía a su pequeño, que se negaba a dormir, por toda la casa, y cosía holders y cinturones para el Mercado Peregrino. Fueron separándose mentalmente cueros y telas para futuros proyectos, y programándose encuentros de danzas, matemáticas y de producción grupal.

Quien escribe, tuvo en ese momento una confirmación, un trabajo intelectual obstaculizado por sus propios nervios y por su niño tan simpático como demandante, y gran noticia. Me convocaron para cumplir un sueño, que es interpretar un poema alusivo al Cid frente al público, en un evento en que nos veremos pronto, si Dios quiere: el sábado 11 de octubre. ¿Qué elegir? Leí a la velocidad del rayo todo lo que pude del romancero cidiano, elegí un par de romances, preferí volver sobre el Poema en sí... algo no muy extenso, me dijeron. ¡Y un pregón! ¡A armar el pregón! Pero buscando información primero...

Nuestra nuevo miembro del Consejo se dedicaba a doblar papelitos con sus dedos fuera de programa -un regalo bien macizo y rojinegro por el pasado cumpleaños de Sir Martin, un premio para donar para un sorteo a beneficio-, pero con su mente bien activa: conocer sus nuevas tareas, las del resto de los consejeros, hablar acerca de los proyectos que ella tiene dentro del círculo, tanto charlas como los objetos a producir, elegir cómo, cuándo, dónde. Además, nos trajo su propia experiencia con el romancero cidiano cantado, y desde allí nuevamente divagamos por las ramas.

Mientras tanto, leíamos poemas, divábamos sobre el Cid, don Quijote, los muffins, Nino Bravo, Manolo Galván, los juguetes del pequeño... y nos reíamos, y soñábamos en voz alta, proyectando el futuro cada vez más grande de Peregrinus, fijando fechas de encuentros y eventos, investigando, produciendo y compartiendo.

Les dejo un romance para que se entretengan:

Marisa García, Consejera Diplomática.



 Pavor de los condes de Carrión

           Acabado de yantar,
        la faz en somo la mano,
        durmiendo está el señor Cid
        en el su precioso escaño.
        Guardándole están el sueño
        sus yernos Diego y Fernando,
        y el tartajoso Bermudo,
        en lides determinado.
        Fablando están juglerías,
        cada cual por hablar paso,
        y por soportar la risa
        puesta la mano en los labios,
        cuando unas voces oyeron
        que atronaban el palacio,
        diciendo: "¡Guarda el león!
        ¡Mal muera quien lo ha soltado!"
             No se turbó don Bermudo;
        empero los dos hermanos
        con la cuita del pavor
        de la risa se olvidaron,
        y esforzándose las voces,
        en puridad se hablaron
        y aconsejáronse aprisa
        que no fuyesen despacio.
        El menor, Fernán González,
        dio principio al fecho malo;
        en zaga al Cid se escondió,
        bajo su escaño agachado.
        Diego, el mayor de los dos,
        se escondió a trecho más largo,
        en un lugar tan lijoso,
        que no puede ser contado.
           Entró gritando el gentío
        y el león entró bramando,
        a quien Bermudo atendió
        con el estoque en la mano.
        Aquí dio una voz el Cid,
        a quien como por milagro
        se humilló la bestia fiera,
        humildosa y coleando.
        Agradecióselo el Cid,
        y al cuello le echó los brazos,
        y llevólo a la leonera
        faciéndole mil falagos.
        Aturdido está el gentío
        viendo lo tal; no catando
        que entrambos eran leones,
        mas el Cid era el más bravo.
        Vuelto, pues, a la su sala,
        alegre y no demudado,
        preguntó por sus dos yernos
        su maldad adivinando.
        —Del uno os daré recaudo,
        que aquí se agachó por ver
        si el león es fembra o macho.
            Allí entró Martín Peláez
        aquel temido asturiano,
        diciendo a voces: —¡Señor,
        albricias, ya lo han sacado!
        El Cid replicóle: —¿A quién?
        Él respondió: —Al otro hermano,
        que se sumió de pavor
        do no se sumiera el diablo.
        Miradle, señor, dó viene;
        empero facéos a un lado,
        que habéis, para estar par dél,
        menester un incensario.
            Agraviáronse los condes,
        con el Cid quedan odiados;
        quisieran tomar sobre él
        la deshonra de ellos ambos.

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